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Las funciones ejecutivas constituyen un término muy popularizado actualmente en espacios  educativos, pedagógicos o psicológicos. En este sentido, fue Léssak quien habló por primera vez de funciones ejecutivas refiriéndose a ellas como aquellas capacidades que organizan la conducta del individuo y sus relaciones con el medio exterior, permitiendo así un ajuste en el comportamiento de acuerdo a un objetivo o meta propuesta, de forma deliberada. Dichas funciones son susceptibles de modificación bien a través del propio desarrollo individual así como a través de diversos cambios experimentados por el individuo o por el medio.

Al hablar de funciones ejecutivas (FE), encontramos un componente esencial: el control atencional, cuya implicación en el aprendizaje es indiscutible. Son numerosos los foros que hoy en día resaltan la importancia de la atención en la escuela y la falta de la misma que el alumnado parece que manifiesta.

Hay quienes señalan como causa a los medios de comunicación, la mensajería móvil, las tecnologías digitales en general, la falta de tiempo y dedicación a tareas de requieren esfuerzo mental, etc. Sin embargo, lejos de buscar las causas que subyacen a dicho fenómeno, lo cierto es que como docentes debemos comprender y saber adaptarnos a una realidad cada vez más evidente en las aulas: nuestro alumnado hoy en día atiende de forma diferente.

Durante los días 25 y 26 de octubre se celebró en Barcelona el II Congreso Internacional de Neuroeducación, bajo el título “Las Funciones Ejecutivas y la (De)Construcción de incógnitas”. En él salieron a debate algunos datos interesantes sobre los que todos aquellos que trabajamos en educación deberíamos reflexionar.

En primer lugar, parece evidente que, aquel estudiante que más atiende es quien más aprende en una situación de aula. Pues bien, tras analizar la actividad cerebral en ciertas situaciones similares a una sesión de explicación o diálogo en el aula, se observó que en numerosas ocasiones, el alumnado que más atiende es quien menos aprende. Esto parece explicarse en función del conocimiento previo sobre ese aprendizaje del que el alumnado disponga. Así, a menor nivel de conocimiento previo del que se disponga, mayor esfuerzo atencional debe realizarse y viceversa. Sin embargo, en estos casos, ese mayor esfuerzo atencional no va acompañado necesariamente de un mayor aprendizaje, sino que ocurre como mecanismo de compensación de aquellos contenidos que no posee el estudiante.

Por contra, el estudiante que presenta un elevado nivel de conocimientos previos, no necesita realizar tal esfuerzo atencional, pues ya conoce cierta cantidad de información y le resulta más fácil realizar las conexiones necesarias entre sus conocimientos y el nuevo contenido, lo que conlleva un mejor y más significativo aprendizaje.

Por otro lado, la atención nos permite adaptar nuestro comportamiento hacia el logro de nuestras metas diarias. Y, en este complejo proceso, intervienen gran cantidad de factores que se manifiestan diariamente en multitud de tareas cotidianas que se realizan en la escuela, como escuchar una explicación, leer un enunciado, seleccionar una idea principal, redactar un texto, etc. En este sentido, los estudios a través de neuroimagen demuestran que la atención solapa en gran medida con la inteligencia.

Todos los nuevos avances que implican un mayor conocimiento del funcionamiento cerebral nos permiten ofrecer una mejor educación. De esta manera, hoy se sabe que existe una relación estrecha entre la atención y otros factores como las emociones o el estatus socioeconómico de los estudiantes.

Según parece, la automatización a través de la repetición de determinados ejercicios de focalización atencional mejora el rendimiento de la atención. Sin embargo, queda demostrado que resulta más efectiva la metacognición en el aula que el docente lleva a cabo junto con el estudiante, o lo que es lo mismo, trabajar con el alumnado el desarrollo de la conciencia y el control sobre sus propios procesos atencionales.

Con todo lo anterior, llegamos a la conclusión de que los nuevos tiempos requieren de nuevas formas de hacer las cosas en educación. El conocer los procesos de aprendizaje y cómo influir en ellos nos coloca a los docentes en una extraordinaria posición para poder lograr una verdadera educación de calidad.