Leyendo una noticia muy preocupante, y que, por desgracia, sigue siendo noticia año tras año, me refiero al problema de la violencia escolar, me doy cuenta de que lo que se supone debe ser un artículo denuncia sobre la importancia de atajar dicho problema cuanto antes y algunos ejemplos para ello, no es otra cosa que un artículo con varias incoherencias y que muestra una clara dicotomía entre lo que se pretende y lo que se ejecuta. En este sentido, hablar de tolerancia cero como solución al problema de la violencia en las aulas, no creo que sea la mejor solución para este problema.

Haciendo algo de memoria, si tenemos en cuenta que el concepto de tolerancia cero, proviene de Estados Unidos y que se caracteriza por una reacción punitiva, de alta intensidad, en cuanto a rapidez en su puesta en marcha y severidad en su ejecución, ante cualquier infracción mínimamente molesta, desde luego, dudo que esta sea la mejor estrategia que pueda ser puesta en marcha, ya que según esta estrategia de prevención habría que castigar al niño –rápida y severamente- ante cualquier manifestación agresiva. Es decir, crear un pequeño estado fascista en institutos, colegios y guarderías, ante una conducta que forma parte del repertorio básico de respuesta del ser humano desde que nace, el cual, hay que perfilar y modelar para la coexistencia entre iguales.

Este «pequeño error» cometido por Doña María Pérez Solís en un artículo publicado por el Colegio Oficial de Psicólogos, desvirtúa la capacidad de un colectivo de profesionales como el de los psicólogos educativos que poco tendrían que decir ante una verdadera estrategia de tolerancia cero. Sin olvidar que tampoco podría aplicarse con igual rapidez y severidad a esos niños y adolescentes que se encuentran en diferentes periodos evolutivos.

Por tanto, es de agradecer, tanto al COP como a Doña María Pérez su buena disposición para alertar de un problema tan grave y serio como el de la violencia escolar, y estoy de acuerdo que este problema no se puede atajar únicamente a través de meras campañas de sensibilización pero tampoco se puede dejar únicamente en manos de los psicólogos educativos. En este sentido, valgan tres reflexiones para hacernos una idea de la magnitud del problema: 1) cuando un hijo/a no quiere contarle a sus padres que está sufriendo este problema, algo no adecuado está ocurriendo en la relación padres-hijo; 2) cuando un educador no es capaz de detectar que un alumno tiene problemas emocionales, algo no adecuado está ocurriendo en el sistema educativo; y 3) cuando para atajar este problema desde los ministerios responsables, su mejor idea es repartir folletos informativos, algo no adecuado está ocurriendo con los responsables políticos de educación.

En definitiva, lo que no sé a ciencia cierta, tal y como expresa Doña María Pérez, es si con la inclusión del psicólogo educativo se logre atajar tal problema. No creo, si quiera que aprovechar el suicidio de una adolescente por un caso de Bullying, sea el mejor método para reivindicar el estatus del psicólogo educativo. En lo que sí creo, son en los hechos y en la determinación para intentar acabar con problemas de socialización como la soberbia, la arrogancia y/o la insolencia entre muchos otros, tal y como se intenta a través de la puesta en marcha de programas de educación infantil y primaria como el «Faustlos» desarrollado en Alemania, destinado tanto a padres como niños, y que con el paso de los años pueda dar los frutos deseados.