La economía es una ciencia relativamente joven. Obviamente, siempre han existido relaciones económicas, desde la prehistoria. Pero su análisis formalizado, el que otorga categoría de disciplina científica, comienza para la misma en los siglos XVI y XVII, con los estudios de la Escuela de Salamanca.

Su juventud le ha permitido hacer progresos a una velocidad notable. Los guías han sido economistas de muy diferente sesgo: matemático, psicológico, político, normativo, positivo… Uno de los más destacados del siglo XX fue John Nash, que falleció junto a su esposa hace unos días en accidente de tráfico. Había recibido el premio Nobel de Economía hacía 20 años, en 1994.

«Este hombre es un genio» fue el texto de la escueta carta de recomendación que su profesor le redactó para facilitar su ingreso en Princeton. Subido a los hombros de Von Neumann y Morgenstern, ayudó decisivamente a desarrollar una de las ramas de la teoría económica a la que mayor atención se le ha prestado en los últimos 50 años: la teoría de juegos.

Su tesis sobre juegos no cooperativos (aquellos en los cuales los agentes-jugadores deciden seguir una estrategia teniendo en cuenta su beneficio personal y de forma independiente a los otros agentes), se aplicó al análisis del comportamiento de las empresas oligopolistas, entre otras áreas. La situación en la que todos los agentes-jugadores-empresas llevan a cabo su mejor estrategia, conociendo a su vez las estrategias que puedan seguir los otros agentes-jugadores-empresas, es conocida como Equilibrio de Nash.

El esquizofrénico Nash, se puede pensar que de forma lógica, fue otro de los grandes economistas que ayudó a la ciencia económica a recorrer el camino hasta su madurez, cooperando en la evolución de los simplistas parámetros antropológicos de racionalidad perfecta que han sido paradigmáticos en su infancia y pubertad.