Grecia ha pedido una reestructuración de su deuda. En realidad, es algo que se venía anunciando incluso antes de las elecciones. Los griegos no pueden recurrir a las ventajas de emitir una moneda propia. Su PIB ha pasado de 250.000 millones de euros a apenas 180.000 desde 2008. Casi un 30% de variación negativa. No pueden financiarse en los mercados y, si pudiesen, deberían pagar un interés del 10%. Su deuda es del 175% del PIB. El ajuste de su déficit ha obligado a despidos de funcionarios, reducción de salarios y pensiones, aumento de impuestos, reducción del salario mínimo,… El paro está en el 25% (el 8% en 2008)

Las posiciones parecen, a día de hoy, bastante claras. Alemania representa la ortodoxia y le ha dicho a Grecia que debe pagar lo que debe y, además, se ha sentido apoyada por el BCE, entre otros. El banco europeo ha cortado parte de la financiación (la de largo plazo), en una señal de aviso de que sus políticas de gasto expansivo no se las van a pagar los europeos. Grecia tiene pocas semanas para mantener el órdago o ceder.

Conviene recordar que Grecia mintió acerca de sus datos macroeconómicos para permanecer en la zona euro. También que el uso de su presupuesto público es totalmente disparatado, no sólo porque sus mecanismos de recaudación son muy deficientes, sino porque, además, ha acostumbrado a muchos de sus ciudadanos a transferencias, prestaciones y subsidios totalmente impensables en otros países (jubilaciones a los 50 o 55 años, empleo público sin sentido, salarios por trabajar en empresas sin cometido, pagos a fallecidos,…)

Grecia representa el 3% del PIB europeo. No sería tan traumática su salida del euro, moneda que tal vez nunca se debió utilizar en sustitución de los dracmas. Para su población, tal vez sería beneficioso el poder ganar competitividad con una devaluación de la misma. Junto con el crecimiento económico que ahora empieza a experimentar después de tantos años de recesión, las condiciones de los griegos podrían beneficiarse de la total gestión de su economía. Europa debería seguir financiando sus necesidades, pero se daría un aviso que evitaría el riesgo moral y el contagio en la zona euro. El Gobierno griego apuesta a que Alemania cederá, que no la dejarán quebrar y que, además, le permitirán aumentar el gasto y pagar la deuda en base a su crecimiento a más largo plazo. Una apuesta arriesgada con la troika, España y Portugal, entre otros, en contra. Luego está el tema político que introduce más complejidad aún.

En resumen, plegarse a las aspiraciones de Varoufakis significa romper la baraja con la que se ha jugado durante 15 años. No va a pasar. Por el contrario, abandonar a Grecia a su suerte significa la quiebra del país. Si se queda en el euro y Europa no cede nada, a los griegos les quedan algunos años más de ajustes, y de tensión política y social. Si cede en algo, habrá que medir muy bien cuánto se baja el listón de exigencia, porque otros países están esperando para unirse a una expansión a la griega o para pedir explicaciones acerca de las razones que les obligaron a ellos a ajustarse, y que no han sido tan estrictas para Atenas.